miércoles, 13 de enero de 2016

Huerfana...

La vieja obrera 
está en una esquina de la sala, 
a tres interminables pasos, 
con un abrazo atragantado en su pecho seco, 
con una ganas inmensas de ser Dios... 
y llamar a su hijo de esa cama de metal pintado.
 
La visitan palabras,
pasan desfilando por sus oídos, 
palmas en sus hombros enflaquecidos 
por el tiempo por la brega que nunca culmina, 
por la angustia de media noche y sobresalto.
 
Va a extrañar tanto regañarlo, 
aconsejarlo... 
amarlo sin palabras, 
va a extrañarlo tanto 
que no sabe como empezar 
y solo atina a llorarle su silencio, 
a llorarle desde muy adentro, 
a lloverle como aguacero de madrugada.
 
La vieja obrera 
mañana se lo entrega a la tierra
y trata de parar las campanas de la iglesia, 
que algo pase y no amanezca nunca, 
para alcanzar a su muchacho en el viaje de la barca.
 
Yo estoy en otra esquina... 
y soy el ser más inútil, 
no puedo ni dar mi vida 
pues la vieja obrera lloraría igual por mi.
 
Sanar...
 
Es el único camino posible.
 
(A mi mamá...)

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