viernes, 20 de febrero de 2015

Madrugada de un escribidor estéril.

Gotea implacable el agua en la llave,
percusión que acompaña la sinfonía de los grillos,
de la virilidad de la vela,
solo quedan vestigios de su adolescencia luminosa,
iridicencia a punto de dar su último suspiro.

Dos parpados de cuatro toneladas,
hacen la guerra a unos ojos de diez mil años,
un lápiz mudo e impotente espera
una idea que no sea abortiva,
permanente, respirante, viviente.

...Nada nace.

O quizá ese silencio ante la luz agonizante,
ese desespero que lo atormenta y que se queda en la garganta de sus manos,
ese silencio, ese desespero
son,
solo quizá,
el verso mas profundo de su vida.

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