viernes, 19 de julio de 2013

Oración de un impenitente (o impertinente)

Hoy no me arrodillo,
me cansé de tanta pleitesía,
de tanto ruego,
de tanto por favor angustiado.

Hoy vengo como tu imagen - según dices-,
como tu creación, como tu hijo,
por eso,
ni siquiera te voy a buscar en las nubes,
te quiero mirar frente a frente,
y comenzar mi conversa con un coño infinito,
sí, un"¡coño!",
pues no me sé otra palabra
para ilustrar mi inconformidad, mi miseria,
esa de sentirme feliz,
cuando obnubilado,
alienado,
mecanizado por una mano invisible e insensible,
pego mi nariz en la vidriera del mall.

Me robaron lo que me diste ¿sabes?,
¡me robaron la humanidad!
me la robaron en la hambruna del oscuro,
en la gula de las mesas opulentas -al norte y al sur-
me la robaron en cada bala que hiere,
en cada mueble fino posadera de culos vestidos de lencería cara
-que no por caros, dejan de ser culos-,
en los colmillos que cuelgan sobre las chimeneas,
en las heridas lejanas,
esas que protesto ridículamente,
en un lugar donde me espían,
mientras como mi plástico envasado.
Me la robaron,
en las espaldas que ruegan, un día de descanso del látigo sistémico!

No puedo pretender ser humano y no sentirme afectado,
o al menos decirte, que eso no lo quiero,
prefiero interpelarte a negarte,
por eso, a pesar de mis miedos,
a pesar de tus designios -en los que creo cada vez menos-,
¡voy a tomar una antorcha!,
te invito a que me acompañes,
como aquella vez cuando sacaste a los mercaderes del templo, ¿recuerdas?
Es imprescindible hacer rodar por el piso, las monedas del agravio

Hoy te pido,  que no me calmes,
que no me consueles,
¡que no me detengas!
hoy te pido que te pongas las sandalias
y vayamos a encontrar tu obra perdida!

Aprendí de ti que la injusticia es el mayor pecado,
que quien sabe hacer lo bueno y no lo hace, te insulta.
¡Sé que tú eres lo que creo!
¡No me defraudes!

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