testiga perpleja
de una vida segada,
arrancada de los surcos del conuco,
silenciada con la centella de la bala.
Perijá, Sierra eterna,
natura que clama por los cantos,
a la lluvia y a la siembra,
que mana llanto por los hijos que padecen.
Hoy te recuerdan...
y se dan golpes de pecho,
hasta que de la caja negra,
desaparezca tu imagen.
Y... ¿después?
¿Algún habitante de las cumbres te visitara de nuevo?¿O te entregaran a los chacales que hicieron guarida en tus entrañas?
Los que se alimentan de los huesos
de los de piel oscura, olivada!
Perijá, sierra olvidada,
¡Cuanto nos acordamos que existes,
cuando sus suelas pisan las calles de la plaza!
¡Y cuanta letra inservible lanzamos sobre el papel,
cuando por el momento enlutamos el discurso!
Obituarios en una hoja, una cruz de palo,
Juramentos y visitas pétreas,
¡como epitafio de la partida!
Perijá, sierra madre,
amamanta con la sangre
del que no usaba las balas,
a tu Pueblo que hoy vela,
¡A Sabino en una sala!
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