Lechosa lentitud de una manada medio
dormida,
con los recuerdos intactos de noche
reciente,
cadáveres regados de botellas,
sobre el escombro de la cordura,
son el paisaje callejero del séptimo
día.
El trago de calima,
reposa en los pulmones
del que merodea el final de la penumbra
dionisíaca,
van los viajeros subterráneos,
tomados de la mano con una resaca
megalítica,
buscan en su alforja
un puñado de aspirinas para asesinarla.
La tonada de la patrulla
rompe el silencio sagrado,
labrado a ojos cerrados
paseando sobre el deja vú recién pasado.
Atracan en el puerto de isla real,
los veleros maltrechos de la tormenta
dulce
se lee el manifiesto
y se arrea la bandera del país del
jolgorio.
La urbe dormita,
con un ojo abierto y otro soñando,
viene el relevo de la vigilia
y su martillo de realidad.
Regresa noche de viernes,
tus habitantes te esperamos.
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